Cariño, ¿nos compramos una tele nueva? dijo Manolo, a lo cual Chari le respondió: yo creo que va a ser lo mejor. Esta le tenemos muy vista ya. Una de esas de plasma que ocupan todo el salón y que hay que sentarse en el piso de enfrente para verla sin dejarse los ojos pegados a la pantalla. Esta… esta se la devolvemos a mi hermana que fue quien nos la regaló.
Efectivamente la caja tonta de aquel hogar era un regalo de la cuñada de Manolo. La había conseguido en una discoteca, en la cual, mediante boletos regalo, durante una noche de verano, había sido agraciada con la misma. Tres copas le costó. Venga ya, dirán ustedes. Como te va a tocar una tele de plasma en una discoteca, si todos sabemos que hasta las copas son de mala calidad. Si te racanean con el alcohol como te van a regalar un televisor… en plena era digital.
Pero no era un televisor cualquiera. Era un catorce pulgadas de esos que hace ya 15 o 20 años, los maridos empezaron a colocar en las cocinas de sus hogares, para tener a sus esposas bien recluidas en tan maldito lugar. Cuando Manolo quería ver una película en plan multicine, se ponía su ordenador que se veía mas grande. Hasta 17 eran las pulgadas que tenía el monitor de su computadora. Así que nada de plasma. Era una mierda de tele que Manolo agradeció a su cuñada que les regalase tras marcharse a vivir con su compañera sentimental, la Chari, a la sazón hermana de la agraciada con tan magnifico regalo.
Parad y bebed un poco, amigo caminante
Pero con las monedas por delante...tunante.

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